¿Qué significa ser docente y mujer? y ¿qué significa ser docente y hombre? Estas son las dos de las preguntas que trataré de responder a lo largo de esta entrada para dar comienzo al taller de género.
En educación infantil, es mucho más probable ver a una docente mujer que a un hombre, pero ¿por qué esto es así? Muy simple. Las desigualdades sociales por razón de género se reflejan en todos los ámbitos que forman parte del sistema heteropatriarcal en el que vivimos, y el de la educación no es ninguna excepción. Este sistema, del que poco a poco estamos intentando alejarnos para lograr un modelo social más justo, trae consecuencias negativas para toda la sociedad, aunque la mayoría de ellas las cargan las mujeres. Por eso, es preciso, antes de nada, hacer una clara distinción entre sexo y género.
Según el DRAE,
el concepto sexo se refiere a la condición orgánica, masculina o
femenina, de los animales y las plantas y, además, al conjunto de seres
pertenecientes a un mismo sexo. Por otra parte, género se relaciona con
el grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde
un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico.
Simone de Beauvoir
(1981: 124), sostenía que “no se nace mujer, sino que se llega a ser mujer”.
De esta misma forma Joan Scott (2010: 79), define
género como una categoría analítica, una herramienta crítica y política, un
instrumento que muestra el carácter socialmente construido de ideas, las
creencias y representaciones acerca de los roles de hombre y mujer, en
diferentes culturas y, a su juicio, “no hay mujeres diversas, sino que el
significado cultural de ser mujer va más allá, en los contextos y en la
historia”. El cuerpo biológico no es la base sobre la que se construye la
cultura, sino el punto de llegada.
Por otro lado, se encuentra la
cuestión de la identidad sexual, que de acuerdo con Rodrigo Guerra (2015: 166),
“se encuentra «participada» en la identidad de género y la identidad de
género incide de modo real en la identidad narrativa del yo”. En
consecuencia, la identidad sexual es consecuencia de la identidad de género y
el género, a su vez, un efecto de la identidad sexual, más todos elementos que
median entre la persona la construcción socio-cultural e histórica.
En este caso, se ve afectada la profesión de maestro/a. Esta profesión está ligada culturalmente a la maternidad y a la crianza, que tradicionalmente se han llevado a cabo por las mujeres y, por tanto, la sociedad cree que son necesarios valores femeninos como la dulzura, la paciencia o la ternura. Estos son estereotipos de género que no sólo afectan a las mujeres, quienes se ven presionadas por ser "delicadas y femeninas", sino también a los hombres, que se ven obligados a mostrar su lado "fuerte y varonil" en público, ocultando su lado "femenino y tierno" y sus emociones, pues se verían vulnerables y eso no es socialmente aceptable. Por ello, muchos hombres rechazan convertirse en educador porque temen los prejuicios al tratarse de una profesión feminizada.
Por otra parte, también se podría hablar de una cuestión de prestigio. A pesar de que afortunadamente la sociedad esté cambiando, a través de los mencionados valores, siempre se impulsa más a que las niñas se interesen por el campo de las humanidades y de los cuidados, que generalmente han estado dotados de menos prestigio en comparación con las ciencias, a quienes acceden más chicos que chicas. Como resultado, son también más mujeres que hombres los que se decantan por Magisterio, ya que a menudo (aunque todos y todas recibamos críticas por estudiar un grado socialmente considerado "fácil") los chicos sienten presión por parte de su entorno, aunque tengan vocación.
Respondiendo a las preguntas iniciales, opino que ser docente y mujer es mucho más fácil que ser hombre y docente porque está mejor aceptado por la comunidad. La mujer puede llegar a sentirse mucho más comoda en su papel porque no es tan juzgada. Ser hombre y docente, especialmente en educación infantil, donde se requiere a las docentes que tengan un papel más maternal que profesional, es todo un reto. En primer lugar, tiene que aprender a adoptar nuevos valores, tradicionalmente femeninos, que nunca ha interiorizado y, por lo tanto, ello supondrá una lucha inicial contra sus prejuicios personales. En segundo lugar, debera lidiar con los prejuicios de su entrono próximo y profesional, así como con las familias de los niños y niñas, demostrando constantemente que es capaz y justificándolo cuando se lo exigen o es criticado. Es justo la misma discriminación que sufren las mujeres en profesiones "masculinas", y es algo que, en mi opinión, ni hombres ni mujeres deberían tolerar y es preciso que se dé una unión, empatizando por ambas partes, para poner fin a estas situaciones de injusticia.
Pienso que ni el sexo, ni el género, ni la orientación sexual ni ningún factor parecido definen a un/a buen/a docente, sino que la persona con su vocación por la educación y por los/as niños/as, sus ganas por cambiar el mundo, su forma de trabajar y su actitud muestra por sí sola sus grandes capacidades para ser un/a excelente maestro/a.
Referencias:
Beauvoir, S. (1981). El
segundo sexo. Buenos Aires: Siglo XXI.
Guerra López, R.
(2016). Persona, sexo y género. Open Insight, 7(12), pp. 146-148.
Scott, J. (2011). Género:
¿Todavía una categoría útil para el análisis? Revista La Manzana de la
Discordia, 6(1), pp. 95-101.
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